De ella lo conocía todo, y cuando digo todo me refiero
a eso, o al menos así fue durante un tiempo.
La observaba de lejos, en la calle, cerca de su casa.
Los pantalones rojos, los alfileres prendidos por todos lados, los labios
coloreados por tonos mate, el pelo blanco, a veces plumbago, azul añil o verde
espora. Y a pesar de esa mala cara, o de la forma en la que la había visto
patear el pan de vuelta a casa, supe que seriamos amigas.
Cuando empecé a frecuentar tu casa, pasaba por ti para
ir a la escuela por la mañana, y aún estabas a punto de cambiarte, veía tus
pechos diariamente, perfectamente erguidos y redondos, llegue a pensar que lo hacías
a propósito, aunque en el fondo supiera que no era así, que simplemente no te
dabas cuenta, (de eso como de muchas otras cosas), quizá era por tu dosis
excesiva de cannabis mañanero. Te admiraba abiertamente y hacía algún comentario como: “saco, nena, ¡no mames!
tienes las chichis bien bonitas”. No respondías, tampoco sé si me escuchabas. Quizá
tu mente era como tu voz a esa hora de la mañana, pastosa y lenta, tanto como
la porción de mota que hubieras fumado al despertar, solo la necesaria para
funcionar, para ser tu, para ser esa en la que te ibas convirtiendo poco a
poco. Por eso olías a mala noche y aun tenías los ojos sucios, conservabas aún
capas de rímel.
Nunca entendí como podías verte tan bien si nunca te
desmaquillabas, te limitabas a colocar capa tras capa de pintura rosa, morada o
gris, alternativamente. Para mi eras un personaje de película, mi Betsy gibons
con un aire de Umma thurman. Y eso también te lo decía, te decía todo. También tu
hablabas lentamente y yo creía entender y asimilar las sensaciones cada vez que
narrabas tus aventuras de esa noche, y me describías a tu conquista más
reciente “no mames nena, yo estaba ebria y no sé, pero veía (al chino, al oso,
al meco, al jaibo…) bien hermoso, me fui con él, y ese
guey esta bien chido” siempre era bueno la primera vez, siempre un poco de odio
y un poco de amor, siempre un beso de
ginebra con olor a tabaco recién nacido y a noche húmeda.
Yo creía entender cual era la hora justa en la que los
patanes muestran su galantería y su caballerosidad con un sutil “te llevo a
casa” también hablábamos de Hesse, de Nietzsche, de Dostoievski, del Ramayama y
del nepente. Nos sentíamos estrellas rotas
y era difícil no sentirse una estrella negra en ese cuanto diminuto de
1.60 de alto por 1.30 de ancho, donde solo cabía tu cama y una cómoda, sin
embargo el ambiente era más amplio, como la comodidad de una tumba, o de una
funda de guitarra hecha a la medida.
Era aterrador y hermoso; el foco rojo, una pared rosa,
la otra negra y la del fondo tapizada por un collage lleno de paisajes, de
desiertos, oasis y lagunas… del lado rosa había un espejo y una grabadora
colgada del marco de la ventana donde también descansaba el arsenal de
maquillaje colorido y la cajita de alfileres. Fotos sensuales plagaban la
habitación, mujeres exóticas, modelos más flacas que las calaveras de Posadas y
hombres maduros, hombres jóvenes, hombres, hombres. Justo antes de conocerlo a
él pusiste el poema de Benedetti en letras blancas sobre la pintura negra:
“No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el jubilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
no te salves
no te llenes de calma
No reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los parpados
pesados como juicios
No te quedes
sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses
sin sangre
no te juzgues sin tiempo
Pero si
pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el jubilo
y quieres con desgana
y te salvas
ahora
y te llenas de calma
y reservas del
mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los parpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas
entonces
no te quedes conmigo ”
ese fue el conjuro que le abrió la puerta a él y a ti
te precipito hacia la locura.
II
Te perdí, como tú habías perdido a muchas otras. A
Natalia con el “síndrome del pollo” con sus manos flacas de dedos temblorosos,
buscando crack sobre toda superficie, como a Cristina con el té de floripondio,
como a Claudia en la mañana de hongos, todas nosotras habíamos pasado por
experiencias peligrosas, como la noche en la que Martha apenas días después de
parir, salió con nosotras, se tomo casi un galón de posh de durazno, llevaba una falda corta, y una blusa negra
que se amarraba por detrás, la falda la llevaba por los hombros, la blusa
desanudada, con los pechos al aire, la mirada vidriosa y la faja de color carne
que su hermana le había colocado.
En ese entonces tú ya estabas con él, en ese cuarto de
azotea que más bien parecía una galera, una pocilga para el ganado, un
gallinero con su techo de lámina, paredes de madera y esas fotografías de
muchachas rubias pegadas en los muros, con el gusto típico de un taller
mecánico.
Él también
estaba ahí, con la selecta concurrencia de nuestras amistades mientras Martha
lloraba y nos pedía que la tocáramos, refregó sus pechos en mis manos, en las
manos de los 5 o 6 que estábamos ahí, intenté calmarla, hasta que se golpeó la
frente, te tiró un perfume, te encabronaste, (ya comenzabas a presentar ese
comportamiento típico de todo adicto) hasta que logramos que se durmiera y la
tapamos.
Lo peor fue que al día siguiente, antes de que
cualquiera se hubiera despertado, se levantó, se lavó en ese baño comunitario,
viejo como todo en esa casa, con calentador de leña, y en vez de irse a su casa
con la intención con la que salió, al llegar a la esquina se encontró a tres
gringos, se subió a su camioneta blanca, y por fin, después de haber rogado
durante toda la noche anterior, consiguió que la tocaran, y que con los ojos
vendados, según nos dijo, se la cogieran los tres, uno detrás de otro. Sigo
buscando en internet algún video dónde encuentre su cara.
(Véase: Adolescentes/
Latinas/ Morenas/Casero/ Orgías/ Teens).
Pero no fue Martha una de esas ovejas descarriadas,
ella tenía quien la esperara en casa, mientras cuidaba a su niña recién nacida,
quien le abriera la puerta con un regaño, aunque no tuviera a su padre ni a su
madre, tenía a su hermana. Pero tú no tenías a nadie, quizá eso influyó en que
nunca emprendieras el camino de regreso, sólo esa ida, sólo el precipicio de
jeringas y peleas, tú como siempre seguiste hacia adelante.
III
Lo conociste el día de tu cumpleaños, yo sabía lo que
significaba festejar, sabíamos que durante toda esa semana teníamos licencia
para emborracharnos hasta quedar vomitadas, orinadas e inconscientes, la mejor
peda del año. Y en esa fiesta de celebración, te perdí de repente, estuve
llamando a tu casa toda la tarde para felicitarte, yo no pude salir y seguiste
la farra durante los días siguientes, cuando te escuché ya sentí que hablaba
con otra, no eras ya la María de siempre, tu voz sonaba como desde un túnel, de
túneles me hablaste, me contaste del “sunshine”, de como lo conociste, de cómo
apareció en la fiesta con el DMT, de cómo les contó que se iba al desierto
durante 6 meses a buscar los sapos y les quitaba las escamas, los otros meses
se dedicaba a rolar lo que traía, te dijo que era chef, te dijo que tenía una
pistola, te dijo que había matado a 3 o 4 gueyes, en defensa propia, que su
papá era un ex trabajador de PEMEX, te dijo lo que básicamente me repitió a mí
y a todo ser humano que osaba cruzarse por su camino.
Véase Wikipedia, la Enciclopedia Libre: “La
N,N-dimetiltriptamina (DMT) es el alucinógeno
más potente que existe, se encuentra de forma normal en la naturaleza,
pertenece farmacológicamente a la familia de la triptamina..
Cuando se refina, la DMT es un sólido cristalino de color blanco. Su uso oral
entre humanos es posible gracias a la sinergia entre un IMAO (inhibidor de la monoaminooxidasa)
y plantas con la triptamina como la Mimosa
hostilis o la Psychotria viridis. La DMT se metaboliza
de forma muy rápida, volviéndose inactiva por vía oral, debido a la
monoaminooxidasa. Los últimos estudios indican que la DMT juega un rol
fundamental en el sistema nervioso humano como regulador del receptor SIGMA.”
Me contaste
que viste un túnel, que ahí estaba él con el poema de Benedetti escrito en su antebrazo: “No te
quedes inmóvil al borde del camino, con el no
te salves, no te llenes de calma, no reserves del mundo sólo un rincón tranquilo, no dejes caer los
párpados pesados como juicios, no te quedes sin labios”, me contaste que en el
viaje habías visto que era él el hombre de tu vida, el orgasmo y la revelación
todo había ocurrido a la velocidad del rayo, me llamaste dos días después
cuando llegaste a casa por algo de ropa, y te fuiste...
IV
Después vino la mudanza interminable, de cuartos con gradas, pisos sucios, niños descalzos, gritos ajenos, latas de leche (¿Por qué latas de leche?, ¿de dónde las sacabas?) llenas de jeringas que se desparramaban y se quedaban esparcidas por el piso, épocas de vacas flacas, de Marías flacas, de galones de posh, de madrugadas de hongos, con la rapidez de un día en la que esnifas coca, con toda esa velocidad blancuzca. Entonces conocí a Pedro con sus 27 años mal llevados, tanto que parecían 40, su piel ceniza, su alopecia prematura, sus ojos dilatados, su titulo arrugado y su pasaporte que presumía a todos. Pedro “el shunshine”, que hacía de todo menos resplandecer, todo menos brillar como un loco diamante.
Vinieron los
días en que llegabas a mi casa sin que luego te acordaras, con los ojos húmedos
y la cabeza vaga, para pedirme un sándwich, las tardes en las que me llamabas
para que fuera a visitarte y te llevara un kilo de alguna fruta, vino la época
en la que sólo te alimentabas de plátanos y de posh, valiente tú, que ahora vivías como el
personaje del Almuerzo Desnudo, la
china de la interzona que se alimentaba de té y azúcar. Vino el comportamiento
típico de adicto. Pedir amablemente, exigir, pidiendo lo que crees que mereces,
vinieron los prestamos, y el dinero, el maldito dinero, y on the road llegó tu panza y vino Pauch, (ojala
su nombre fuera una ficción).
Véase Traducción
de "pouch" en español: bolsa/ petaca /zurrón.
El niño sucio
de ojos de susto, de pies fríos, de pies descalzos que mira con ojos vacios y
redondos, expresivos como los de las vacas antes de morir. Pero la avalancha
ahí tampoco se detuvo, siguieron los monos sagrados del ramayama, ahora como
identidades reales plagando tu realidad, y hare hare Krisna Krisna. Hare Krisna
hare Krisna, con los labios morados, partidos de tanto morderte el odio y
prodigar el amor, de tanta mierda que comenzaba a ennegrecerte, a podrirte ¿la mierda de él? ¿O
la tuya? ¿La mierda de quien? La mierda nuestra de cada día.
V
No sé si ahora
tú seas más feliz que yo, más fuerte, mas completa… si tú lograste lo que las
dos queríamos, tocar el fondo, ser la flor de loto que nace entre la porquería
y desde el lodo emerge y asciende hasta la luz, y respira como sólo lo hacen
las personas que saben que han estado cerca de la muerte.
Tal vez tú
hayas cumplido con los sueños de rockstar de las dos, me pregunto si uno debe
salir de la tumba una vez que ha cavado tanto hasta poder refugiarse ahí
adentro, “El topo el un animal que cava
galerías bajo la tierra buscando el sol; A veces su camino lo lleva a la
superficie, cuando ve el sol, queda ciego” quizá tu lugar, nuestro lugar, este con los leprosos de la
edad media, en las tumbas en las que se les declaraba muertos antes de que lo estuvieran.
¿Estas tú realmente más muerta que yo? ¿Por qué
soy yo la que carga con la insatisfacción? con el miedo, con el terrible miedo
de caer, de equivocarme, de tomar una sola mala decisión, la que sigue disgustada con cada una de las
reacciones, de cada acción, la que espera, la que espera más de sí misma que de
los demás, la que se decepciona de no ser nunca lo que debiera, la que aún
piensa en las ganas de hundirse, la que sueña con revolcarse por el suelo, con
las cosas que nunca podrá hacer.
Eres tú la que he soñado, la muñeca de cristal que
se estrella contra las rocas, en la playa, la muñeca que se raja y muestra la
baba oscura de su interior, aquella del modelo
para armar, y ahora pienso que tal vez la muñeca debía romperse, debía hacerlo para escapar, para sobrevivir a la
muerte, para ya no tener miedo.
“Ayer me
corté para ver si todavía siento”, pero de nada sirven esas pequeñas
cicatrices, esta bien, no moriré sin cicatrices, mis pequeñas batallas, donde la navaja lucha contra la piel, no
sirven para nada, porque yo me cortaba para curarme, para poder derramar alcohol
sobre la piel caliente, para reconocer el dolor de la felicidad, porque en
verdad me quiero mucho, como siempre solías decirme, no me cortaba para morir, me cortaba para
sangrar, para ahuyentar al mal, para refugiarme.
Yo no salte hacia el vacío, yo no mordí el polvo,
yo no huí, yo no baile con la muerte en ningún cementerio frió, no me volví la
puta de ningún poema, me salve, me pensé sin
labios y me dormí sin sueño.
Yo no me abrí, me he conservado integra, te
abandone y creo que me arrepiento de esa decisión más de lo que debes
arrepentirte tu. Pero no podría ser de otra manera, la carga siempre será
pesada sobre mí, y tú seguirás corriendo ligera en esa playa, libre hacia la
noche, hacia la tumba en la noche más cerrada, sin estrellas.