jueves, 8 de septiembre de 2011

Preludio




Lo llaman el pueblo de los vómitos gracias al perfume que emana de sus alcantarillas, aroma certero y profundo que termina infestando a las flores,  haciendo que de sus pétalos  escape un olor de flor carnívora.
Pero la razón principal por la que así lo hayan bautizado es, lógicamente, porque sus calles están plagadas de regalos fétidos;  náuseas coloridas, sustanciosas, como pocas cosas aquí. Al principio se observan policromías de lo más interesantes, ocres, bermellón, rojos cresta de gallo, anaranjados, grises, incluso un llamativo verde acuoso, jadeíta. El paso del tiempo hace estragos en la peculiar decoración urbana que va ennegreciéndose poco a poco. El polvo, la polución y el esparcimiento ejercido por los caminantes la convierten en una fina película  de color pardo que se extiende  sobre la acera.
Lo que resulta insólito para quien visita el pueblo por primera vez es la desidia de los habitantes, pues todos sabemos que los vómitos son una característica típica de los pueblos, sólo una muestra más de la idiosincrasia moderna, relacionada directamente con la diversión e incluso  con la controvertida enfermedad del alcoholismo (esa que algunos consideran común en nuestro tiempo). Lo raro es que aquí nadie se molesta en soltar un cubo de agua sobre la mancha fétida, como suele ocurrir en otros sitios, ella se queda aquí hasta que se desintegra, lo mismo ocurre con esos trozos de mierda de los perros (que no son de la calle) y de algunas otras bestias bípedas, los cuales tardan meses hasta que  al fin se descomponen y se esparcen, graciosos e ingrávidos por nuestras cabezas. Igualmente curioso es el olor  a orina ácida que  reina en el ambiente.

Muchos habitantes de tan pintoresco sitio, no deben considerarse menos interesantes, aquí tienen lugar las conversaciones más edificantes.

En primer lugar tenemos esa sensación de levedad, esa poca importancia que se otorga a las personas y sucesos, el olvido es algo directamente relacionado con la mentalidad de los habitantes, resulta casi increíble la facilidad con la que pueden olvidar. Lo que para otros resultaría denigrante, insoportable, se pasa por alto con esa misma ligereza con la que discurre todo.
Quizá eso es debido a la segunda conducta  más observada en la forma de relacionarse: mujeres y hombres de todas las edades hacen gala de un elevado nivel educativo, al usar una amplia gama de improperios que usan de forma habitual  para referirse a los demás o estar en contacto con ellos. Podemos tomar cualquier escenario como ejemplo: la estación de tren, el supermercado, un bloque de pisos, la carnicería, la plaza, los estacionamientos, la oficina de correos, los restaurantes, etcétera. Como dice la célebre frase: el perico donde quiera es verde.
Quizá esa capacidad para cagarse en todo y todos, sea lo que les permite luego dar el siguiente paso, soltar amarras en lo relacionado con sus emociones.
Acerca de los sentimientos cabe decir que no podemos clasificarlos como sensibles, sino más bien como “enardecidos”, eso se observa en la poca frecuencia con la que se oyen declaraciones de amor, alabanzas, reconocimiento, agradecimiento o análisis. Sus ojos se incendian al lanzar alguna maldición, al parecer puramente surgida del odio.
El tercer punto que nos atañe en cuanto a su forma de comunicarse, es la voluntad que las personas parecen tener por interactuar. Los sujetos prefieren decir prácticamente cualquier cosa antes que quedarse callados. Esto da lugar a los diálogos más surrealistas que podamos imaginarnos. Muchas veces ni siquiera son palabras sino onomatopeyas las que vienen a llenar esos espacios huecos que se arrebatan al silencio. En esta categoría caben las obviedades, muchas veces las personas parecen darse cuenta de lo innecesarias que resultan sus observaciones, lo cual las lleva comúnmente a dejarlas ahí, colgando, inacabadas.
Podríamos ilustrar el presente informe con una infinidad de ejemplos dignos de incluirse en nuestros libros para su estudio, pero son tantos que resultaría una tarea interminable recoger muestras suficientes.
La desconfianza, la abulia, la ausencia de sinceridad, la envidia y las ganas de perjudicar a los demás parecen haber arraigado con más fuerza en la mayoría de habitantes, seguramente esto pueda explicarse por medio de su historia. El daño que la guerra ha causado aquí, es tal, que muchas veces, uno tiene la sensación que ésta todavía continúa, una lucha silenciosa, compuesta por intrigas, difamación y furia; una guerra fría.
Sin duda el dato más extraño obtenido por nuestros investigadores, fue que por cada diez mil habitantes siempre había uno en el que no se observaban ninguna de las características anteriores, ellos, quienes presentan un comportamiento  y  unas capacidades cognoscitivas perfectamente normales, intentan vivir al margen, se esconden, huyen. Es tanta la presión social que se ven obligados a vivir en el subsuelo, ocultos como cucarachas, por lo tanto es muy difícil agruparlos para su estudio, siquiera precisar de cuantos sujetos hablamos.
Por tanto decidimos terminar aquí esta introducción, solicitamos autorización para comenzar con la primera fase de la investigación, asimismo, abrir el siguiente archivo donde podamos incluir algunos datos sobre dichas  excepciones.



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