jueves, 3 de septiembre de 2009


Los espejos monstruosos


Siempre confié en la posibilidad de encontrar algo que salvara mi existencia de la monotonía, de la vacuidad. Supe de algunos que encontraban su refugio en la música, en las flores, en la textura de las piedras, en la última mirada animal antes de hendir el cuchillo o el miembro.
Vi los primeros destellos de luz al comprender que cada palabra se componía por un código de signos misteriosos que danzaban ante mis ojos, y a su vez se entretejían en una enorme red de sonidos, de notas musicales. El lenguaje se volvió un gato que quería mecer por siempre entre mis brazos. Quise acariciar las palabras, asesinarlas, besarlas, desgarrarlas para extraer de ellas ese rastro de mi propia sangre. Porque comprendí que la palabra era mi nexo con el mundo. Era el grito de alegría, de protesta, la declaración de amor, la denuncia que sólo yo podía formar y que me unía como un cordón umbilical al centro de la tierra, a ese centro formado por los otros silencios, por las otras voces.
A través de los cuentos que leí inducida por mi abuelo, durante la infancia, conocí a un príncipe que gobernaba un país del tamaño de una casa, a un hombre viejo y su mar, a ruiseñores suicidas, lobos, brujas, sirenas insatisfechas y caminos formados por migajas de pan. La literatura se convirtió en mi amiga, me enseñó a creer en cielos de fresa y queso.
Cuando la adolescencia apareció descendí a los infiernos con Dante y Rimbaud. Me divertí conversando con un viejo indecente, Bukowski. Creí en la literatura autobiográfica al perderme en los trópicos de Miller. Me descubrí lobo solitario de la estepa. Renací para ser el buda de la contemplación. Resucité para suicidarme junto a Werther. Enloquecí con El ruido y la furia. Fui víctima de una metamorfosis que me dejó marcada como existencialista, y me hundí en La náusea, incapaz de soportar mi levedad. Mi vida se ha vuelto una tumba, un túnel atemporal, que me permite desplazarme del pasado al futuro, a 1984, a Un mundo feliz, o a Las ciudades invisibles. No he podido dejar de ser una extranjera, en mi propio mundo Azul, de cielos nebulosos y naranjas mecánicas, vivo en este país de héroes y de tumbas, presa de esta lentitud porque estoy En búsqueda del tiempo perdido. Inmersa en esta ola de luces, que aparecen e iluminan durante un segundo la silueta de: Alicia, Justine, Antonio Roquetin o el Quijote, para luego esfumarse. Las palabras forman el techo de esta casa, donde permaneceré 100 años de soledad, las palabras forman parte de mi voluntad, de mi intermitencia, ya me han marcado con una hermosa cicatriz Mortal y rosa.
Considero inútil el tratar de explicar el impacto que la lectura dejó en mí, porque soy incapaz de calcular su magnitud.; pero sé que logró cambiar mi visión del mundo, sé que no sería la misma sin la carga emocional, vivencial e histórica que encontré atesorada dentro de los libros.
A veces pienso que las palabras tienen una vida propia, pienso en la vida secreta de las palabras en cómo, quizás, me han moldeado por medio de un complot previamente estipulado. Cuando imagino esto me viene a la mente la imagen de un hombre de rostro duro, sosteniendo un látigo. Un escritor, tratando de imponer orden entre esos seres, parecidos a pequeñas gotas de luz, tratando de formarlas adecuadamente una detrás de la otra. Otras veces me vienen imágenes de jardines, de hombres que copulan interminablemente con seres extraños y hermosos, criaturas adorables de hombros delicados, alas enormes, labios dulces, mojados de ambrosía y de nepente, seres capaces de abrigar arcoiris y tormentas entre los muslos, “palabra” así suelen nombrar esos hombres de rostros apacibles a esas criaturas sensuales, que embrujan y enloquecen. “Palabra” y su nombre sabe a nube, a estrella, a río, a canto, a rama.
Pero ¿Quién representa la verdadera imagen del escritor? Deben serlo ambos, con esa capacidad suya de transformarse, los eternos “fingidores” poseen la cualidad de camuflarse. Hay divergencia de opinión entre ellos mismos. Michael Ende nos dice en el cuento La leyenda del indicavía incluido en la obra La prisión de la libertad:
“Nuestro oficio es la mentira, la ilusión. El arte es eso. Un pintor pinta un cuadro, la gente lo mira con emoción y a veces paga mucho dinero por él, pero en realidad ¿qué es el cuadro? Un trozo de lienzo y un poco de color. Todo lo demás no existe. ¡no existe¡ ¡E’sol tanto un illusione¡ un actor hace que los espectadores rían o lloren ¡ ma tutto finto¡ los grandes escritores narran interminables historias que nunca acaecieron y nunca acaecerán. Es todo mentira, ¡ecco¡ y ¿Porqué no? El mundo desea ser engañado. Hay buenos y malos embaucadores y un buen artista, ha de ser un maestro de la mentira. Ha de convencer a la gente de que se halla ante una verdadera maravilla. Así lo desean y nosotros les damos lo que piden, sabemos cómo hacerlo. Eso es todo”
Otros, creen que la única manera de que exista la literatura es alimentándola de la experiencia, que se nutre del torrente sanguíneo de la realidad, que brota de las venas abiertas de lo cotidiano. La literatura autobiográfica, el único camino que esta debe seguir, según Henry Miller, esto es mencionado en su obra Nexus, parte de la trilogía Crucifixión rosada:
“¿Cuándo y dónde cesa la creación? ¿Y qué puede crear un simple escritor que no se haya creado ya? Nada. El escritor cambia la disposición de la materia gris en su chola. Crea un principio y un fin -¡lo opuesto a la creación!- y entre medias, donde se mueve con torpeza, o, dicho con más propiedad, es movido, hace la imitación de la realidad: un libro. Algunos libros han cambiado la faz del mundo. Una nueva disposición, nada más. Los problemas de la vida siguen. Se puede embellecer un rostro con la cirugía. Pero la edad de uno es ineludible. Los libros no causan efectos. Los autores no causan efectos. El efecto iba dado en la causa primera ¿Dónde estabas cuando creé al mundo? ¡Responded a eso y habréis resuelto el enigma de la creación! Escribimos sabiendo que estamos vencidos antes de empezar. Todos los días pedimos un tormento nuevo.”
Creo que la literatura es un espejo en el que se encuentran reflejados todos los sueños, las locuras, las realidades humanas. A veces los espejos también se distorsionan y reflejan la imagen del yo engrandecido, entonces el artista es ese yo exaltado, el yo “heliocéntrico” con el universo girando alrededor. En otras ocasiones reproduce fielmente las proporciones y los gestos humanos, los dibuja tan bien que parecen grotescos. Quizá ahí, en la monstruosidad de los espejos, recaiga la magia de los géneros, de los estilos, de las épocas, de los sentimientos universales y atemporales. La diversidad de los reflejos en las hojas es tan amplia, como son diversas las especies de la tierra, por esto el laberinto se vuelve interminable.
Una hoja en blanco representa una promesa infinita. Podía ser llenada con Los versos más tristes, denuncias de crímenes inverosímiles, un beso más bello que el de los cíclopes de Rayuela, o acusaciones inquisitorias. Una hoja en blanco abriéndose camino al paraíso de la literatura es presenciar el nacimiento de un milagro; siempre lo ha sido, pero sobretodo en esta crisis, producida por la influenza cerebral. Los medios de comunicación masiva nos invaden estrepitósamente, la tecnología tiene adelantos sorprendentes en el área comunicativa pero ¿estamos perdiendo la capacidad de comunicarnos? o ¿estamos perdiendo la intención de hacerlo? La mayoría de la gente parece azotada por cierta pereza psicológica, las ideas semejan una congestión mental que desemboca en ciertos estornudos ocasionales que terminan por provocar una catarsis que atrofia al organismo. Según el refrán: todo por servir se acaba, pero la falta de uso también termina por dejar a los objetos inservibles. Las conversaciones son banales, tanto como los mensajes por celular, los correos electrónicos. Hay que emprender una verdadera lucha para establecer una comunicación verdadera, es difícil pero no imposible.
En cuanto al tema de la lectura, las estadísticas mencionan que un mexicano lee medio libro al año. La mayoría de la gente no lee, quizá porque leer implica un esfuerzo mental, visual, y un “sacrificio” de tiempo. A pesar de ello las estadísticas demuestran que se venden miles de libros al año, best seller (Quizá se compran como un objeto de ornato para decorar las habitaciones). Creo que el hecho de leer alguno de ellos es deprimente, sobretodo para alguien que trata de escribir con la intención de decir “algo”, por más nimio que eso sea. Entonces ¿para qué escribir? Si la gente busca libros malos, malo en el sentido de insustancial. Buscan historias de amor superproducidas que luego puedan volverse una película con muchos efectos especiales.
Creo que en primer término un buen escritor no se detendría a pensar en los lectores al momento de crear una historia. El lector se vuelve algo secundario, y aparece en otro momento como sujeto imaginario cuando el texto ya está terminado y en proceso de la depuración. Si escribiéramos para dar gusto a los lectores, quizá el mundo estaría un poco peor. El escritor escribe porque necesita vomitar palabras (muy dulces o muy ácidas) que si se quedaran dentro de él provocarían su muerte. Quizá el acto de escribir nazca desde el principio como una necesidad, o se descubra como una afición que produce placer. Lo cierto es que algunos ven un halo de divinidad sobre la cabeza de los “intelectuales”. Se ha mitificado mucho la imagen del escritor, como si este hubiese sido dotado de la capacidad de comunicarse con Dios, o, por el contrario, se le hubiera castigado con la piedra de la locura. Creo que escribir está muy lejos de ser una manifestación divina ni un don otorgado por ella, creo que es una de las expresiones más humanas que puede haber, es la muestra más clara de la locura colectiva. Llamar de terminada manera a las “cosas”, así, tan distinta y caprichosamente en los diferentes puntos del globo, es el sinsentido más bello que pudo crearse porque uno sólo es capaz de apropiarse de algo a través de su nombre. Por eso escribir es un acto humano, que nos identifica como parte de una conciencia social. Quizá sea el intento más noble, el de compartir el verbo, que no necesita volverse carne, para tener esa fuerza de hacer sentir a los otros lo que deseamos transmitirles. Creo que con el hecho de que alguien describa una naranja y yo pueda olerla o saborearla el acto de escribir queda plenamente justificado.
Pero no sólo se trata de leer o escribir. Si no de la transformación, la metamorfosis que el lectoescritor sufre a través de la intensidad de las palabras. Porque como dice Gabriel Zaid: “si leer no nos sirve para ser más reales, ¿para qué demonios sirve?”. Yo escribo porque creo que la literatura es lo único que puede salvarme. Cuando caí por primera vez en las redes de un libro no me di cuenta de lo que esto significaba, quizá en ese momento no significaba más que una forma de matar el tiempo, años más tarde me di cuenta que la lectoescritura había dejado de ser una actividad que ocupaba mis ratos libres, por el contrario se volvió una actividad a la que tenía que dedicar tiempo.
Interpreto a la palabra como mi divinidad (tal vez sea la necesidad de creer en algo, ya que Dios no terminó de convencerme) siento que ahí se halla mi raíz, mi fortaleza, mi lazo con el mundo, mi angustia, mis miedos, mi debilidad y también la manera de erradicarlos. Tanto se haya reunido en esa nebulosa, tantas voces de tantos otros seres que han buscado como yo, las voces de los hombres y las de las cosas manifestadas por intérpretes humanos. Por eso creo en la palabra porque puede salvarme del vacío, porque la palabra es puente, espada, concilio, victoria, semilla que nutre. Porque abismo y silencio son uno solo. Por eso sé que el futuro de la literatura no es tan gris como lo parecería en esta época robótica, de avances tecnológicos, de retroceso y deficiencia comunicativa, esta búsqueda de la uniformidad donde no existen las ideologías y la rueda histórica ha dejado de girar. Porque mientras para una sola conciencia, la literatura y la palabra siga ocupando un papel esencial dentro de su vida, creo que el mundo todavía no estará condenado. Sin duda no soy la única de entre tantos miles de millones de habitantes que opina eso, incluso tengo la fortuna de conocer algunos a los que también esto les apasiona. Dicen que “la poesía abre la noche al exceso del deseo”, dicen también que “la verdadera poesía no dice nada, sólo marca las posibilidades. Abre todas las puertas…” dicen que “es una especulación, un juego de espejos, en el que las palabras, se reflejan una a otra, hasta lo infinito y se recomponen en un mundo de puras imágenes donde el poeta se adueña de los poderes escondidos del nombre y establece contacto con aquello que está más allá”. A mí me resulta difícil encontrar alguna manera de definir cualquier disciplina del arte, la mejor manera que conozco (además de sentirlo) es: “el arte es el gran estimulante para vivir”.
Pienso en palabras como trenes, como osos, como vías, como piedras, hormigas, aves, sueños, como miel derramada sobre el pan, sobre calles … como seres capaces de construirlo todo, de reinventarlo, capaces de destrozar la verdad.
Al leer el poema “no te salves” del recién fallecido Mario Benedetti pienso en que quien lo dicta podría ser alguna de las musas, la misma Calíope exhortando a no “salvarse” de la vida, de la literatura, de los sentimiento: “No te quedes inmóvil al borde del camino, no congeles el júbilo, no quieras con desgana, no te salves, ahora ni nunca, no te salves, no te llenes de calma, no reserves del mundo sólo un rincón tranquilo, no dejes caer los párpados pesados como juicios, no te quedes sin labios, no te duermas sin sueño, no te pienses sin sangre, no te juzgues sin tiempo, pero si pese a todo no puedes evitarlo y congelas el jubilo y quieres con desgana y te salvas ahora y te llenas de calma y reservas del mundo sólo un rincón tranquilo y dejas caer los párpados pesados como juicios y te secas sin labios y te duermes sin sueño y te piensas sin sangre y te juzgas sin tiempo y te quedas inmóvil al borde del camino y te salvas…entonces, no te quedes conmigo” quizá parezca excesivo citar el poema completo , pero era importante para concluir diciendo que creo que el momento en donde la literatura te abandona es en el momento en el que dejas de sentir, y esto es sorprendentemente fácil en esta cotidianidad mecanizada y autómata. Creo que cuando lo humano haya perdido su calidad de humano, entonces, la literatura ya no tendrá ningún futuro y habrá perdido su sentido, mientras tanto seguiremos en esto…








orquidea psicopata

El gato

La Coordinación de Juventudes Laicas tuvo a bien presentar un programa de citas ante la creciente dificultad de sociabilidad humana y ...