La noche estaba por desaparecer. La oscuridad iba
alejándose, partía lentamente depositando sobre el cielo un muro sólido,
niebla. En ese sitio el amanecer siempre es de un color gris sucio.
Estela y Ángel, llevan unas horas de conocerse. Ella
llegó a la fiesta un poco borracha, se dirigió a él, lo llamó Alfredo. Naty, su
amiga, brindó desde lejos diciendo: wey,
ya estás peda. Ella sonrió, lo había confundido pero eso ya no importaba;
estaban ahí, tambaleantes, solos y hambrientos. Rieron en un reflejo estúpido y ese gesto bastó para
incendiarlos. Ella se colocó sobre él con las piernas abiertas entre las suyas.
Podía sentirlo, sentir como el humo nublaba su mente y el fuego le quemaba la
piel con un ardor ligero, que la obligaba a frotarse, a sacudirse,
propagándolo. Al poco rato, él sugirió que fueran a un lugar donde pudieran
hablar tranquilos. Estela pensó que irían a un hotel pero él no tenía dinero y aunque ella llevaba suficiente
decidieron caminar. Ángel estaba muy borracho caminaba recargándose sobre las
paredes. La llevaba de la mano, la obligaba a perder el equilibrio, que de por
sí le era difícil tener sobre esas
pesadas plataformas. Él comenzó a hablar de una ciudad mágica, una ciudad pequeña,
habitada por nadie, narraba a la perfección los grabados que tenían las cúpulas y los vitrales. Estela tenía frío y
sueño. Su vista estaba borrosa, empañada
por el vapor de alcohol que todavía tenía en la cabeza. La voz de Ángel parecía lejana, emitida desde las copas de
los árboles, débil como el maullido de un gato asustado. Por fin llegaron a un
terreno baldío, un lugar solitario, sin casas alrededor, sólo algunas
construcciones comenzaban a levantarse, desde una de ellas llegaba de vez en
cuando el molesto ladrido de un perro. Se sentaron sobre el pasto húmedo. Ángel
vomitó, ella se acercó a él y limpió su boca con la manga de su sweater pero el
fuego ya se había apagado, apenas quedaban cenizas ensuciando el aire. La besó
y ella pensó en sentir asco porque aún recordaba el vómito que se hallaba hace
un segundo en la comisura de sus labios, también pensó que sería un asco falso,
autoinducido. Él intentó acomodarla sobre el pasto, le rasgó las medias. Ella
temblaba, empapada de rocío, intentó penetrarla varias veces colocándola en
distintas posiciones pero por dentro estaba seca. No era una flor bajo la
lluvia. Ángel estaba erecto pero blando como un botón de rosa. Se levantaron confundidos y jadeantes, ambos
estaban avergonzados. Ángel se agachó, tomó una pequeña flor que estaba cerca, la
tierra estaba húmeda y la flor estaba ligeramente manchada de lodo. Él dijo que
eso era amor, en lugares inesperados, en seres solitarios y malditos, hacia
seres extraños como ella: muchacha de ojos mariposa. Dijo que emergía desde lo
profundo de corazones cenagosos, del humus, emergiendo a la luz por una fuerza
extraña, cómo una flor de loto. Ella oía y caminaba deshojando pétalos entre
sus dedos. Se despidieron al llegar a la carretera. Él sonrió, pidiéndole algo
de dinero para el taxi.