Karen esta sentada en la cocina. La cocina es un
lugar sagrado para huir de sus pensamientos. Resulta casi imposible
concentrarse en sí misma mientras su abuela habla. Karen la observa con
atención, cada vez le cuesta menos concentrarse en lo que dice. Recuerda que
hace unos años, cuando creyó volverse existencialista, evitaba conversar con
ella porque los temas le parecían demasiado frívolos y triviales. Ahora nota el
parecido que va adquiriendo con ella, la rapidez al hablar, la inconexión con
la hilación de los temas.
La abuela Martha, esta noche ha comenzado a hablarle
de sus malestares, tema recurrente en este recinto. Karen asiente con la cabeza
pero cada determinado flujo de palabras le es imposible no pensar en sus
propias dolencias: le arden las sienes, duele la cabeza, le hormiguean los
ojos, tiene ganas de llorar, tiene una palabra atravesada en la garganta, una
lágrima ha infectado su torrente sanguíneo y amenaza con deshacer su corazón de
sal.
-Mañana es cumpleaños de tu tía Ceci- dice la abuela-
y hará dos años desde que me hubiera ido. Mi mami ya venía para llevarme.
Llevaba una servilletita agarrada, siempre estaba agarrando una servilletita. A
veces yo también tengo ganas de sostener algo entre mis manos, de asirme a
algo, de que algo sea capaz de sostenerme.
-Yo también lo siento- respondió Karen.
-En tu Caso lo entiendo, ¿pero en el mío? no lo sé,
es una sensación de estar flotando a la deriva -comento su abuela.
Claro que Karen lo entendía. Recordaba la ultima vez
que había sentido eso, llevaba en la mano derecha el pañuelo con el que acababa
de sonarse la nariz, Joaquín le soltó la mano y sin decirle que se adelantara
comenzó a fumarse un cigarrillo. Le soltó la mano y esa mano era lo único que
la hacia permanecer en el mundo, su único contacto con la realidad y ella de
repente se había sentido perdida. Karen se había imaginado su entrada triunfal
tomados de la mano, mientras ambos sonreían. Sus amigos
también esperaban verla entrar así, no con esa expresión de desconcierto
y todo porque le había soltado la mano, así, sin previo aviso y en ese preciso
momento. Karen apretó con fuerza el
pañuelo al saludarlos, mientras por alguna razón recordaba la sensación que
tenia al enseñarle a su madre sus primeras acuarelas, solo que en esta ocasión
le parecía que había abandonado el amarillo y que su vida se quedaba
temporalmente invadida por una avalancha
gris.

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