El ruido de la lluvia es el lenguaje de la tierra.
¿Y desde cuándo ella se quedó callada? ¿Cuándo se instaló aquí esta calma sorda? Aún me parece escuchar el sonido del viento, el ruido del agua golpeando los cristales de la ventana, perlas del cielo estrellándose frente a la puerta.
Ni siquiera nos ha quedado la noche, antes llegaba fresca, nos abrazaba desnudos como una muchacha húmeda. La noche fría era lo que necesitábamos para descansar, el refugio perfecto para la algarabía y el resuello. Ahora no puedo distinguirla de esta claridad errante, la oscuridad se volvió lechosa, blanda como un chicle pegado al paladar.
Qué suerte tuvieron los visionarios, esos que desde el primer año supieron que las lluvias no iban a llegar, malvendieron las tierras y se fueron a engordar el anillo periférico de la ciudad. Nosotros nos quedamos dos años, tres, mascullando la historia de las vacas flacas, la repetimos hasta el cansancio, hasta quedarnos sin fuerza. Se nos secó la lengua. Se secaron los maizales, recogimos los últimos granos, eran inservibles pero a pesar de todo los guardamos, los latigazos nos enseñaban a ser previsores. Me senté frente a la puerta, donde antes pasaba las noches fumando, aspirando el aroma en flor del campo.
Se nos murió el ganado y a la tierra le nacieron grietas, surcos enormes. Me senté a contemplar la hosquedad de la llanura, ahí donde sólo había ciénagas, tierra fangosa y pasto para los animales, se depositó un zumbido hueco que golpea incesantemente los oídos.
Observo las grietas de mis manos, me niego a creer que estas tierras vestidas de mujer madura hayan envejecido como yo y muestren su piel de abuela enferma.
Se va secando el pozo, lentamente. Cierro los ojos, evoco el chapotear del agua, el estruendo de las botas al chocar contra los charcos, el crujido de la milpa, los mugidos desnudos, los balidos lastimeros, estertores de la tierra.
Pero sólo el silencio anida aquí, ni un goteo se oye mientras espero, mientras mi cuerpo también se va quedando seco poco a poco.
orquidea psicopata