lunes, 26 de abril de 2010

PERDERSE O PERDER


PERDERSE O PERDER

El color de sus ojos, párpados violáceos llenos de luz.  Ella, jugando con la arena de la playa. Se deshace en mi boca, se expande. Aspiro su salinidad. Arrastro las sílabas de su nombre, lo acaricio con mi lengua caracola.
He leído tantas veces, la idea de un reflejo en el agua, pero este mar no es para mirarse. Este mar es un animal oscuro, un niño malicioso, un hombre amargo. Por eso cargo mi propio reflejo, por eso ya no veo las olas. Sólo soy capaz de mirar hacia dentro: rebusco entre estos témpanos de hielo, en los recuerdos de la carne, en aquella tirantez de la piel, en esa mirada resplandeciente. ¿Cuántos fueron los hombres que se reflejaron en mis ojos? ¿Cuántas las posibilidades de elegir?
No, no me equivoqué, fui un barco si ancla. Fui un reptil, arrastrándome siempre hacia adelante, sin detenerme a alzar los ojos, sin mirar a ambos lados de la vía ¿Dónde están todos?¿dónde están aquellos que comieron de mí,, dónde aquellos entre los que me deshice? No nadie supo romperme, fui yo quien se desmigajó, la que se tendió al sol para que los pájaros la devorasen. Yo, quien mintió ante el espejo una y otra vez, la que fingió ante todos los rostros, la que se volvió agua sólo para desperdiciarse.
Los años corrieron, logré alejarme de mí misma y de ti. Logré ensuciarte, empañar tus recuerdos, te hice huir. Quise quedarme sola en esta playa, mirando el espejo de vez en cuando. En mi rostro se erigieron muros, me volví un mapa que nadie había consultado, un libro jamás leído.
Estos surcos alrededor de mis ojos no significan nada. Estas murallas que me alejan del mundo las he levantado yo. He colocado las piedras, me ha costado toda una vida. Y ahora estoy aquí de cara al tiempo, envidiando las historias de esos viejos que sí tuvieron el valor de amar. Odio sus silencios porque en ellos vuelven a vivir, su mirada se empaña y regresan a la primavera. Envidio esas hojas amarillas: su dignidad y su sabiduría y las historias que emanan de las bocas de los marineros.
Me he consumido como una vela. No tengo nada que contar, no hay ninguna palabra grabada sobre mi rostro. La vida se me escurrió, se escapó gota a gota por ese grifo abierto.


orquidea psicopata

miércoles, 21 de abril de 2010

NO EXISTE








No existe

“Debido a un error encontrado en el libro 4.0.0.0.8 le notificamos que según el articulo 469. La casa número 5467 de la calle Bronston, no existe.”

El barrio donde vivimos es tan malo como cualquier otro. Las ratas corren por en medio de las calles listas para sumergirse en alguno de los basureros que hay en  las esquinas. Ahí resplandecen esos montones enormes, altar y ofrenda al dios de la porquería. A pesar de recorrer todos los días sitios como esos, es inevitable sentir asco de este olor putrefacto.
Nosotros adquirimos esta casa hace poco tiempo, después de un largo ir y venir a los tribunales conseguimos un crédito. Nos informaron que la vivienda pertenecía al sector blanco, como el nombre lo anticipaba al llegar descubrimos que en la zona eran todas blancas, además eran construcciones de una planta y estaban unidas una a la otra en grandes filas, lomos alargados e interminables de concreto.
El sector rosa al que pertenecían mis padres y donde yo había vivido hasta entonces, era uno de los barrios donde se podía vivir con más tranquilidad. Allí, además del color más cálido y agradable, se permitía  la construcción de edificios para ciertas familias con parientes que trabajaran en los tribunales. Las edificaciones podían ser de varias plantas, pero sólo se admitía que viviesen en ellas personas con un parentesco de primer o segundo grado.  Mis padres, mi hermana Laura y yo no gozábamos de esos privilegios, aunque teníamos un salón enorme y varias habitaciones.  Las ratas y la basura aquí también eran un problema incontrolable.  Los desalojos no eran para nosotros más que un rumor lejano y desconocido. En el sector rosa eso nunca había ocurrido.
Lo conocí al salir del trabajo. Pasé como todos los días a la tienda de ese hombre cuyo nombre desconocía, rehuía su mirada, sus ojos parecían lanzar rayos que me producían escalofríos. El hombre era cojo y le faltaba un brazo. Gozaba de mala reputación, pero era el único lugar donde podía comprar provisiones de regreso a casa. Había llovido y como siempre se formaron charcos oscuros en el suelo, propagaban ese olor repugnante, dejando una costra negra que escurría desde los basureros. Carlos estaba ahí, junto a mí, de pie, expuesto a las últimas gotas de lluvia que aún caían caprichosamente sobre nosotros. Me preguntó mi nombre, el deforme dependiente nos miró sonriendo con una mueca horrible. Carlos, el chico sonriente de mirada oscura y ojos cálidos que reconfortan, me  preguntó a qué sector pertenecía, luego se ofreció a acompañarme. Él vivía en el cuadrante azul, un poco más adelante del mío. A partir de entonces nos vimos todos los días, Carlos trabajaba en una oficina del mismo bloque desde hacía poco tiempo. La calle fue testigo de lo que no dijimos, nos comprendíamos sin palabras, inventamos signos y significados que leíamos en nuestra mirada. Me contó que su madre tenía una prima lejana que trabajaba en los tribunales, quizá podría conseguirnos un crédito para independizarnos.  Después de esperar algunos meses ocurrió. Leímos la carta que lo notificaba, una y otra vez. Hicimos una reunión en casa de mis padres para celebrarlo. Una segunda carta nos informo que la vivienda otorgada era en el sector blanco, un barrio antiguo y muy sucio, sabíamos que nuestra vida sería más difícil, pero estábamos ansiosos por intentarlo. Al llegar los vecinos nos organizaron una fiesta. Eran familias pobres, a pesar de que la comida no sobraba nos dieron un recibimiento inolvidable. Acudieron todos los vecinos excepto uno: Porfirio, el vecino de al lado. Nos dijeron que era un viejo al que no debíamos hacer demasiado caso. Esa noche conocí a Mariana, la única chica joven de ese barrio, que como yo, había adquirido una casa desde hacía poco tiempo. 
Nadie nos advirtió sobre los desalojos, quizá porque no querían asustarnos o porque no era frecuente. Nuestra estancia fue tranquila y feliz durante algunos meses. Yo estaba contenta porque teníamos un patio, era tan pequeño que no se podía abrir los brazos sin chocar con las paredes. Me recordaba esa casa de paredes rosas,  tiempos lejanos de mi infancia, lejanos como la memoria. Las ratas estaban siempre presentes,  comiendo incansables, pero me hizo feliz que al plantar las semillas que me regaló mi madre, brotaran unas florecitas azules, que las ratas respetaron. La maceta era pequeña, pero siempre tenía cuatro o cinco flores.  La primera vez que tomamos en serio a nuestro vecino, el viejo Porfirio, fue cuando arrojó varias bolsas de gusanos para que se comieran mis flores. No era algo importante, pero era cierto que estaba loco. Era un hombre sucio, se veían cucarachas en su puerta, intenté matarlas pero siempre corrían asustadas hacia dentro, colándose hábiles por la rendija. Iba a los barrios grises con frecuencia, a buscar mujeres para divertirse, pasaban ahí días y días de juerga. Hasta  nosotros  llegaba el olor del vómito y los bramidos y gritos que atravesaban las paredes.
Ese día como siempre Carlos me esperó afuera de la oficina. Al aproximarnos a nuestra casa vimos esa nota pegada sobre la puerta.

“Debido a un error encontrado en el libro 4.0.0.0.8 le notificamos que según el articulo 469. La casa número 5467 de la calle Bronston, no existe.”


Corrí a preguntarle a Marina a si sabía qué era lo que podíamos hacer, porque yo nunca había sabido de nada parecido. Ella nos dijo que hacía mucho tiempo que no ocurría, era algo que se debía a las cifras de la casa, ella no sabía cómo, quizá era algo que ocurría por azar. Llamó a varios vecinos que habían sabido de casos similares: dijeron que corríamos peligro, que en estos casos los tribunales no permiten sacar nada. Se ofrecieron a guardarnos lo necesario, disponíamos de poco tiempo. Era peligroso que nos vieran transportarlas. Empacamos todo lo que pudimos y esa misma noche las guardaron en sus sótanos. Carlos me abrazó, teníamos miedo, no pudimos dormir esa noche, sin embargo al día siguiente tuvimos que dirigirnos a la oficina. Al volver, en el lugar donde estaba la puerta encontramos sólo cemento fresco. Habían tirado la pared que unía nuestra casa con la del viejo Porfirio y ahora nuestras cosas, nuestra vida, había pasado a ser parte de su propiedad. Los vecinos parecían asustados, cuando preguntamos quién había sido unos niños dijeron haber reconocido el uniforme de la policía tribunal. Derribaron los muros para comunicar las viviendas que ya eran una sola. La suerte no nos favoreció. Nuestra desgracia quedó en manos de Porfirio. La única solución era hablar con él. A quienes les había ocurrido tal desgracia llegaron a un acuerdo para repartir lo que antes era  suyo.
Nos reunimos con Porfirio ese mismo día.  Lo encontramos sentado en nuestro sillón, fumando nuestro tabaco. Ahora su casa era enorme, los dos salones eran uno, al igual que la cocina y el patio. Con esa risa cínica que siempre aparecía en su rostro  dijo que nos pusiéramos cómodos. Su primera propuesta fue vivir juntos, con la condición de compartir la cama. Carlos y yo nos miramos. Comencé a llorar al imaginarme los sucios dedos y la lengua rasposa del viejo Porfirio recorriéndome.  Carlos lo miró con odio y gritó que preferiría vivir en un sótano o en una cloaca antes de dejarlo acercarse a mí.  Esa fue la solución del viejo Porfirio quien riendo, nos arrojó las llaves del sótano.
Ahora los ruidos son insoportables, aquí no crecen flores. Las cucarachas están en todas partes, hemos invadido este territorio que las ratas nos reclaman. Los tribunales no pueden otorgarnos otro crédito. No nos permiten volver con nuestros padres. Si otro vecino nos acogiera podrían denunciarlo. Tenemos que permanecer aquí. Hemos hablado con la tía de Carlos,  no sabe nada, sólo dijo que el tribunal no comete errores y que la casa número 5467 no existe. Corren rumores de que al morir un propietario los vecinos pueden heredar la propiedad.




orquidea psicopata

jueves, 15 de abril de 2010

Poligamia


Poligamia
                                                                                     
Ella lo espera con las alas abiertas. El hombre se acerca, coloca ese objeto hiriente sobre su vientre,  la penetra. La toma entre sus manos y la coloca junto a las otras mariposas.





orquidea psicopata

El gato

La Coordinación de Juventudes Laicas tuvo a bien presentar un programa de citas ante la creciente dificultad de sociabilidad humana y ...