jueves, 27 de septiembre de 2018

Otra historia de O.




Fue todo en febrero, fue un romance sin dinero.
Tu sexo tan poético, como tus celos.
Mon Laferte

Follamos como dos locos esa noche. Porque me gustabas, tu boca abultada, tus ojos color miel, tu piel morena y tu cabello afro. Me gustabas, y nos besamos, y me entumiste los labios al besarnos. Sabías muchísimo a coca y dijiste que estabas muy drogado.
Tu pene se hinchaba y se relajaba con una frecuencia desquiciante, me tocabas, me besabas, me acariciabas. Me follaste mucho mientras te disculpabas por no follarme más, te llené de mí,  mojé las sábanas, las almohadas, los cojines.
La segunda vez que nos vimos, sobrios, hablamos sobre el estridentismo, el fauvismo, el futurismo, el infrarealismo, Basquiat, Duchamps, Los detectives salvajes, el arte mexicano, el arte y las intervenciones feministas. Y después de esos mezcales mientras conversamos me parecías aún más sexy.
Cogimos cinco veces seguidas, después de la cuarta se acabaron los condones. Nunca pensé que tendría una noche de esas.  Por la mañana lo hicimos otra vez. Todas las veces nos veníamos. También hablamos mucho. Dijiste “tengo sangre de esclavo,” y eso sonaba tan cierto y tan sensual; tan dulce y rico como tu pasión des-bor-dan-do-me, abriéndome, llenándome.
Pasé varias noches contigo, durmiendo sobre tus sábanas rotas, acariciando tu cuerpo duro, entre tus brazos fuertes, arrullada por ti.
Pase unas noches contigo y hasta me imaginé capaz de aguantar tu posesión y tus celos, también tu indiferencia, tu desorganización, tu permanente deseo de “ponerte bien podrido”,  tu complejidad, tu adicción.
Pero yo sólo fui tu bajón de coca. Por eso me besabas los muslos, por eso acariciabas mis pies, por eso me abrazabas y me estrechabas contra tu cuerpo, por eso me contabas cosas sobre ti, por eso me escribías y decías ven, y yo, la puta, tú puta, iba casi corriendo, casi deslizándome como en patines sobre hielo. Iba a buscar tu amor, porque era casi amor lo que me dabas esas noches, me encantaba sentir que podía gustarle tanto a alguien que me estrechaba sobre su cuerpo una y otra vez con ganas, con ganas siempre, con sudor, con ímpetu.
Mar amargo y negro eras, bebí de ti.  Nunca había visto un cuerpo tan oscuro, una piel tan negra, nunca había visto un pene tan negro, tan duro y tan dúctil, tan obediente. Una, dos, tres, cuatro, cinco y hasta seis veces hicimos el amor, seis veces cogimos en una noche y una madrugada. Piensen que exagero, que no digo la verdad. Yo también pensé eso cuando vi esa película argentina En la cama, pensé que era una puta farsa que dos personas que acababan de conocerse pudieran desearse así, y era aún menos creíble que el tipo pudiera hacerlo una y otra vez, y venirse, y hacer que te vinieras hasta dos veces por cada  vez pero es serio, hagan cuentas. Y ahí estabas tú con tu sangre de esclavo y tu afromexicanidad para mostrármelo.
¿Qué sentía yo cuando me besabas, cuando acariciabas mi cuerpo, cuando me tocabas las piernas, los pies, qué sentía cuando me decías: mi vida, te veniste ya? recuerdo lo que sentía al responderte: sí, pero creo que me voy a volver a venir.
Era algo dulce, viscoso, lento, y sucio, que me escurría por la garganta y sabía a miel o a melaza, a ceniza, y a alcohol de la noche anterior.
Algo escurría de mí, sin ensuciar tus sábanas rotas, algo que nos mojaba hasta ahogarme, yo danzaba en la confusión hasta perderme y creer que era cierto que podías sentir amor, sólo por esas noches compartidas, sólo por esas mañanas, por esas palabras y esos instantes líquidos.
Algo escurría de mí, sangre y orgasmos para dos, litros sobre ti, sobre tu soledad, sobre tu pene caliente y negro, dócil, ¿ya dije que era obediente? Derramaba mi deseo sobre ti, arriba, abajo, lento, lento[2].
 Contigo descubrí que podría tener “squirtings” semi-controlados… Véase google: eyaculación femenina, véase también: tipos de orgasmos femeninos, squirts… he consultado los porcentajes y al parecer no es fácil ni común, había sentido esa sensación una o dos veces en la vida, pero contigo fueron todas esas noches locas de calor y sexo.

 Pedía mucho, no pedía nada, lo pedía todo.

Te pregunté qué buscabas y evadiste la respuesta con un no sé cuánto tiempo estaré aquí, seguido de un montón de palabrería. Para mí la respuesta fue clara y te dije que estaba bien si era sólo sexo ocasional, pero en realidad, yo quería esas noches siempre. Me mordía los dedos para no escribirte, para no buscarte, trataba de conformarme con saber que había altas probabilidades de encontrarte en el bar que siempre frecuentábamos. En verdad no mandé tantos mensajes, tú lo hiciste todavía menos. La mayoría del tiempo respondías unas doce horas después, en promedio.
Pero eras insistente cuando me decías:
hey nena, hey nena,hey nena,
ven, estoy prendido.
Pero en realidad estabas apagado, no me malentiendan, estabas caliente y duro y rico, pero apagado y triste en el fondo, con un vacío tan grande como el mío pero aún más difícil de llenar, porque yo no era polvo blanco, ni siquiera era polvo, era río, y aun así intentabas aniquilar conmigo esa puta tristeza, y lográbamos ahuyentarla, espantarla con mi gritos, con tus gemidos, con tus muecas de placer, con mi risa un tanto histérica después de venirme tantas veces.
 Mi último mensaje fue: como dice la rola de Los tres: suda para mí una vez más cariño. Dijiste sí y armamos planes como siempre de comer juntos, de cocinar algo, quedamos a una hora. Llegué esa noche y tú no estabas, no enviaste un mensaje para disculparte, no diste ninguna excusa, simplemente no apareciste.
Mi feminismo y mi dignidad, mi falta de amor propio y mis ganas, se peleaban a muerte como gatos en celo, y yo no sabía quién ganaba, ni cuál era la repercusión.
Porque yo sólo fui tu bajón de coca, por eso la lluvia chocaba contra el cristal, por eso sentías frío y me estrechabas, y el sonido de la lluvia me hacía dormir, por eso gemías y preguntabas insistente ¿yo te gusto, yo te gusto, yo te gusto, a ti? Tú, que para mí eras casi un trofeo, tú que me gustabas, y  desde hacía mucho.
Tu inseguridad de polvo blanco, entumía mi lengua, entumías mi garganta como si tú mismo fueras una grapa de coca.
El olor de mi desesperación inundaba el cuarto, recorría el polvo, tus pantalones rotos, tus sábanas rotas, tu ropa sucia, mi desesperación se colaba debajo de tus uñas,  mientras yo me revolvía sobre ti, mientras yo me hacía ilusiones sin saber que  era sólo tu bajón de coca. Por eso te desprendiste de la ventana, por eso tuve que saltar, por eso hui con las alas rasgadas, con las piernas temblando, con la nariz aleteante, por eso la lluvia chocaba contra el cristal, por eso la noche, por eso el  frío.
A O. lo conocí en la preparatoria, era un chico moreno, delgado y alto, su piel tostada contrastaba con sus ojos color miel, tenía el pelo un poco largo y afro.  
Cuando volví a ver a O. tenía más de treinta años, habían pasado más de 11 años, ahora tenía el pelo corto, canoso, era aun delgado, con esa sonrisa preciosa y una ligera separación entre los dientes que ahora me parecía más notoria.
El sexo con él fue eléctrico, no logro encontrar una palabra que describa mejor la sensación. Deslizaba sus manos por mi columna vertebral, mi espalda, mis piernas, mis nalgas, y descargas eléctricas me sacudían y erizaban mis poros. Esa primera noche, pensé que era irreal, tanto deseo, tantas veces, tanto tiempo, tantos besos húmedos de sus labios carnosos y calientes sobre los muslos, desde las rodillas hacia arriba.
Pensé que podríamos salir y que podríamos ser algo más que carne, a veces le preguntaba a O. cómo le iba en el trabajo, O. a veces respondía y a veces no, obviamente dejé de hacerlo. Me escribía sólo cuando tenías ganas.
Esa noche pasó lo que esperaba, llegué a su casa a la hora acordada y no había nadie, todas las luces estaban apagadas. Me fui de prisa, busqué a una amiga, bailamos, bebimos, cantamos y escuchamos música a un volumen altísimo en mi carro. Ni un mensaje al día siguiente ni al otro, ni al otro. A la semana, de acuerdo a su reloj biológico, puso unos emojis, días después O. me puso un mensaje de madrugada que decía que “si ya estaba con oto”, supongo que oto era otro, porque al tal Oto yo no lo conocía (debí pedirle que me lo presentara).
Agosto se va y no vuelve. Agosto sin mí, agosto conmigo. Mañana  y hoy. Frío, sensación de soledad y hambre.
Miedo y asco fueron mis palabras favoritas. Creo que tardas tanto en cavar tu propia tumba que ya no te das cuenta de qué tan hondo y que tan oscuro está, se pone fea la sensación al sentir que el reloj retumba, fea la sensación cuerpo a tierra. Sentir, sentir el cuerpo. El vacío, la hondura, el rebosamiento, y después sentir que la palabra esperanza deja de ser estúpida, y deja de remitirme a un lugar oscuro. Nuevos días sin depresión, sin rabia, sin amargura. Un mundo nuevo y valiente para mí[3].
Sé que estoy mejor sin ti. Aunque me tatuaría tu nombre si eso hiciera que te quedaras. Si eso generara una carga de magnetismo que te hiciera quedarte al menos por las noches.
Eras llama encendida, la calidez brotaba por todos tus poros. Para mí eras hermoso y fuiste mío, un trofeo para el álbum de la memoria ¿sólo eso? dijiste que yo era fría y que tú lo eras aún más, yo nunca dije nada cariñoso porque sabía que si lo hacía sería peor para mí, no quería agarrarme a ti, aunque me moría de ganas.
Mis amigas (date cuenta) me decían que yo valgo más que eso, que para qué quería tener algo contigo. Pero ninguna sabe lo que era dormir abrazados en esa cama tan pequeña, cariño, calor, contacto humano. Por eso me gustabas tanto, transmitías calor y vitalidad. Eras sangre, roja, caliente y negra.
Fueron días de fiesta loca en los que yo fui tu bajón de coca. Recuerdo tu ternura, tu hambre, tus ruidos, tus labios cálidos, tú rudeza, tu piel oscura de chocolate negro, tu saliva caliente, tu boca de brasa recorriéndome los muslos. Tus palabras, tú, diciendo que tenías sangre de esclavo, tu cabello, tu risa abierta.
Morenito chulo, recuerdo tu espalda llena de cicatrices que me parecían bonitas, manchas oscuras en tu piel tostada, recuerdo la dureza de tu carne, y la redondez de tus nalgas.
Aun nos vimos un par de veces, llegaste a mi casa antes de fin de año, y conociste mi reino, porque antes era yo la que  siempre me quedaba contigo, veíamos películas, cogíamos, siempre en tu casa. Conociste mi espacio, ordenado, limpio, mío. Hablamos mucho. Te disculpaste, y fue la primera vez en la que no pudiste mantener una erección, lloré. Te habías metido demasiada coca.
Conozco el efecto y me gusta tanto que precisamente por eso la evito a toda costa. Conozco esa sensación en el pecho, conozco el frío, el castañeteo de dientes, conozco la opresión que deja sobre el pecho saber que el gato de la felicidad que dormía sobre tu regazo se ha ido y no regresará esta noche.
Ese último día en tu casa, observe tu taza sucia, con restos antiguos de café y  como dice la canción de Sanz pensé “Te lo agradezco pero no, te lo agradezco mira niño pero no, yo ya lo logré dejarte aparte, no hago otra cosa que olvidarte”. Porque todo pasa y todo queda, pero lo nuestro, lo nuestro mi niño, es pasar… ser tránsito, no destino. Tu y yo no somos puerto. Mar amargo y negro eras, bebí de ti.

orquídea psicópata


[1] Referencia a la novela erótica, de la escritora francesa Pauline Reage, titulada “La historia de O”.
[2] Clávala, clávala… como sigue la canción.
[3] Referencia a la frase” A new world, a bold world for me” de la canción i´m feeling good, interpretada por Nina Simone.


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