martes, 16 de agosto de 2011

Sin sangre



Otra vez la lluvia. Otra vez el goteo incesante, lento y oblicuo de estas gotas mínimas, lluvia que no parece eso, sino vaho.
Esta es la forma en la que llueve  aquí, en el pueblito, las nubes se ennegrecen y vuelven las calles, todavía (cosa sorprendente) un poco más grises, el ambiente se encuentra tan cargado que el aire se convierte en lenguas húmedas, la ropa se pega a la piel, sus grilletes  aprisionan, la respiración se dificulta.
Caminamos de la mano hasta el bar, casi corriendo, el sudor se funde en un mar de líquido sobre nuestra frente. Dentro todo sigue igual, la cerveza, la pantalla de televisión que muestra videos  musicales que no coinciden con lo que se oye ¿o se escucha? Está noche suena una recopilación de rap, la vieja escuela. Las personas se congregan alrededor de la barra como yo, cerveza en mano. Gesticulamos incesantemente intentando hablar, como buenos carniceros del idioma, soltamos frases huecas y obviedades “Qué calor hace”  “la música está demasiado fuerte” como siempre, como siempre… lo importante es no oírnos ¿o escucharnos? Representar la comedia otra vez, aparentar que hacemos un esfuerzo, que forzamos la voz y hacemos señas, hasta que al fin, la carga es demasiado grande y nos rendimos. Centramos la mirada en el resplandor de la pantalla y movemos ligeramente la cabeza, o nos balanceamos despacio para marcar el ritmo.
El tic tac del reloj sigue marcando los segundos, dejamos escurrir otra noche de esta forma, mientras parpadeamos con los ojos llenos de humo y la cabeza hueca. Las manecillas marcan las doce, una pareja entra en el bar, los observo, los reconozco y ahora todo me parece falso, incluso la risa, los buenos momentos. Recuerdo las frases, rostros congestionados, sonrisas retorcidas, gestos malintencionados,  falta de sinceridad, un  silencio  ciego que lo envuelve todo.
Entonces el ambiente se carga un poco más, la insalubridad puede tocarse y yo todavía no reviento, no dejo que las pústulas se abran dándonos un poco de paz, el rabioso remanso de flotar en el pus, de ahogarnos, de abandonar la farsa. Pero sé que no pasará nada, nuestra lengua se moverá despacio una vez más para mascullar algo parecido a un saludo, a continuación llegarán las consabidas miradas transversales y otra vez la falsedad y la frialdad sonreirán por encima de nuestros hombros. Reiremos y afirmaremos en la medida que lo permita la música ¿o debería decir la distorsión? Comentaremos estas cosas típicas de las personas de nuestra edad, adolecentes de veinte y treinta años, frutas que brillan en plena fase de maduración. La culminación no ha de llegar nunca, pendemos de los árboles rompiendo las reglas de la naturaleza, no sólo escalamos para poder alimentarnos,  somos chiquillos malcriados que vivirán por siempre “la flor de la vida”, seres que retrasarán su crecimiento durante varias vidas, para seguir absorbiendo un poco más de sol,  sólo un poco más que tú, en esta carrera desenfrenada.
Creemos que aún sentimos “algo” gracias a nuestros problemas banales, aunque en el fondo sabemos que la anestesia resulta reconfortante.
Y otra vez estoy a punto de estallar, cojo el abrigo. No puedo respirar, te digo que tengo ganas de irme a casa, siempre tan hipócrita, murmuro algo parecido a una despedida y otra vez me siento una cáscara blanca.
Al salir el aire cálido golpea mi nariz, no huele a tierra húmeda sino a polvo y a putrefacción, el orín continúa cayendo poco a poco desde las nubes, alzo la cabeza y dejo que empape mi rostro, tengo ganas de gritar, de cerrar los puños.
Recuerdo lo que han dicho en el noticiero, “las personas deben tener especial cuidado con la lluvia y la brisa, durante estas semanas posteriores al 11 de Marzo de 2011 después de la fuga de Fukushima, pues las nubes podrían transportar partículas radiactivas” No quiero pensar en mí, en mi falso sufrimiento ni en todo el que alberga esta pequeña ciudad de Europa, no quiero pensar en esos niños, los de verdad (los verdaderos siempre serán otros) ni en el peligro invisible y certero. Si sirviera de algo ofrecerme a cambio de uno ellos, si pudiera evitar su sufrimiento…. Pero aunque se halla producido el daño, no lo sabré hasta dentro de mucho tiempo, cuando se me caiga el pelo o los dientes o quizá vengan los problemas en el funcionamiento de las glándulas;  Y dentro de algunos años no me servirá de nada, quiero reventar ahora. Cierro los ojos, asqueada de toda esta indiferencia, de las olas de banalidad que emanan de mi carne. Imagino mi piel  fundiéndose al contacto con el agua, veo humo emanando de las cuencas, soy una cascará hueca, sin sangre, donde sólo flota el olor penetrante del azufre. 
Al abrir los párpados te veo, por fin encuentro esa mirada de reconocimiento, te tomo fuerte de la mano y  caminamos presos hacia casa, tratando de escaparnos de la lluvia.


orquidea psicopata

jueves, 4 de agosto de 2011

Madre




El sol aguijonea la piel de los transeúntes. Salta sobre nosotros como un niño caprichoso esgrimiendo pequeñas agujas. Los puestos de helados  de color  azul o rojo rompen con la monotonía de los edificios grises.
El verano es una explosión de color que transforma todo. El termómetro marca treinta y seis grados, chorros de sudor brotan de mi frente, el paseo no es agradable, el lugar no es agradable.
Una sonrisa aparece de pronto, salta hasta mis ojos. Es una de esas risas limpias, francas, que se trasmiten por contagio. La pequeña lleva sandalias, sus piernas son más anchas que largas, es bajita y redonda, refulge como una esfera. Observo su vestido de color pastel con dibujos de osos, y la cinta de color rosa que adornaba su cabello, es una nena hermosa, como tantas otras, de pelo castaño cortado a la perfección sobre los hombros. Pero su mirada me recordó a esos otros niños, a los de verdad, a los que lloran de veras y de veras ríen, a esos que no son de plástico.
Sus pupilas centellean,  lanzan destellos a su alrededor, tiene la vista fija en un cartel de colores que anuncia los precios de los helados.
La visión duró sólo un segundo, cuando la alegría estaba en su momento álgido, justo cuando la manita se cerró para aprisionar el cono, llegó a mí la siguiente frase “Ahora te pones mala y te rompo la cara”. Se opacó el brillo, sólo la mueca se quedó ahí, muerta, rígida. El resplandor se elevó por los aires y se esfumó.
Dediqué una mirada breve a los tacones, al bronceado perfecto, a la falda corta y al brillo de los labios, al rubio platino recién teñido de esa madre y comencé a caminar más rápido, para huir de esa náusea dorada que se reveló ante mí como una  visión de futuro.


orquidea psicopata

El gato

La Coordinación de Juventudes Laicas tuvo a bien presentar un programa de citas ante la creciente dificultad de sociabilidad humana y ...