domingo, 17 de febrero de 2019

La felicidad y los orgasmos son de quienes se los trabajan


12 de febrero de 2019

Entre Kubissa y Dusell, algunas reflexiones del diario de una gata-perra
(A proposito de los garbanzos)

Hace un tiempo y un momento de fuerte crisis, afortunadamente y gracias a una amiga, llegó a mi vida el conocimiento sobre la existencia de la “Sertralina” un antidepresivo inhibidor selectivo de la recaptación de serotonina (ISRS)  que además es barato y de libre venta, y en su momento fue casi una “varita mágica” que me permitió seguir a flote y continuar, pese a la fuerte crisis emocional, hormonal y económica en la que me sentía atascada.
El resultado fue extraordinario, sentía una felicidad “genuina” como hacía mucho tiempo no experimentaba, sentí que me permitía tomar “mejores decisiones” pues lograba tener una especie de “claridad” mental distinta, también experimenté una concepción distinta de “ mi misma”, como nunca antes la había tenido. El problema es que me daba muchísimo miedo ser dependiente del medicamento, la tomé solamente el tiempo recomendable necesario (3 meses)  para que los neurotransmisores no se volvieran “locos” y lograran continuar haciendo sinapsis… (maravillas de la neuroplasticidad). Luego fui disminuyendo la dosis paulatinamente, y seguí con otro tipo de terapias alternativas y en ese momento, sobre todo, ocupacionales (el yoga y el ejercicio me ayudaron mucho, el hoponopono, el sistema Isha…).
A pesar del efecto casi mágico decidí terminar con el tratamiento porque en general poco a poco fui disminuyendo mi consumo de medicamentos y tratando de alejarme de la medicina alópata que sólo identifica los síntomas pero no se cuestiona acerca de su origen, y así fui poco a poco buscando otras formas de conectar mi mente, con mi corazón y mi cuerpo.
Es así que hace un tiempo me enteré de la existencia de las “Flores de Bach”, y de nuevo gracias a una amiga, pude al fin comenzar el tratamiento. Los resultados me parecieron impresionantes desde la primera noche de ingesta. La sensación de felicidad me recordó justamente ese breve periodo en el cual había tomado la sertralina, pero esta vez la sensación iba aunada a una tranquilidad emocional, que me permite hoy usar un adjetivo que jamás habría pensado para referirme a mí: ecuanimidad.
Tranquilidad en la toma de decisiones, de tránsito, de acción y de espera. Por supuesto, supongo que el proceso es paulatino y no lineal, pero en general, creo que es justamente esa palabra la que mejor resume la disminución de mi estado de ansiedad.
Otras extrañas “ventajas” que he experimentado son, por definirlo de alguna forma, una mayor capacidad sensorial en cuanto a mi sentido del olfato y el auditivo. Y por último, que después de incontables meses en que no lograba recordar absolutamente nada de mis sueños de la noche anterior, estoy comenzando a recordarlos. El subconsciente se hace presente y así, tras un laaaargo bloqueo, siento un mayor impulso creativo, como hace muchos años no sentía.
No trato de comparar ambas terapias, porque creo que cada una llegó a mi vida en un momento necesario y me ofreció justamente una alternativa que podía y necesitaba “ver”. Ambas potentes, y necesarias. Ambas desde la sororidad. Trabajo pendiente me queda mucho, pero si, aquí sigo, mi lucha es por vivir y por hacer frente a los terrenos baldíos de la desesperanza. Alternativas hay, aun quedan muchas y habrá que probarlas, irán llegando cuando deban, siempre en el momento necesario. Mi lucha es por seguir intentando porque al final, la felicidad y los orgasmos, son de quienes nos los vamos trabajando.



sábado, 2 de febrero de 2019

A mí tampoco me pasó nada


Del diario de una gata-perra
Febrero 2019


A mí tampoco me pasó nada. Pero recuerdo que tenía unos cinco años y estaba jugando con un tío cuando de repente me tiró sobre la cama, beso mi cuello y mi cara, restregó sus genitales sobre mi cuerpo. Recuerdo la sensación, sentía la cara muy caliente y roja, como aún me pasa cuando a veces hablo en público y siento que demasiadas personas están mirándome; Vergüenza. Supongo que lo que sentía era vergüenza.
Mi madre estaba en la habitación de al lado, en la cocina. No sé exactamente que vio al entrar, pero me sacó del cuarto y me hizo prometerle que nunca más estaría con él a solas, que nunca más jugaría con él. En efecto, esa fue la última vez que eso ocurrió, porque a fin de cuentas yo era una niña obediente y buena, que nunca se olvidó de lo que había prometido, y que nunca, ninguna noche, olvidó ponerle el cerrojo a su puerta. Bloquee el recuerdo durante mucho tiempo pero me acostumbré al miedo, ese que mi madre también había sentido cuando me contó que a los quince años un tío trató de abusar de ella. A ella nadie le creyó. Por el contrario, a mí no me pasó nada, gracias a ella, gracias a la continua alerta en la que me mantuve desde los cinco años. Después lo recordé de pronto y me pregunté si será que habría ocurrido más veces, antes, pero mi memoria permanecía oscura como el interior profundo de un lago. Incluso me pregunté si no sería un recuerdo falso, mi razón lo bloqueaba a pesar de que mi cuerpo recordaba la sensación exacta, quemándome la cara de vergüenza.
A mí tampoco me pasó nada, pero cuando tenía nueve años mi papá me sentó sobre sus rodillas  y comenzó a decirme que era -una niña muy guapa. Metió sus dedos en mi boca, colocaba sus dedos pulgares de forma extraña hacía mi paladar. Sentí una sensación rara. Un conejo asustado me saltaba dentro en el pecho. Corrí hacía la cocina y me quedé con mi abuela el resto de la tarde.
A mí tampoco me paso nada. Pero ese noviembre tenía unos quince años. Me encanta noviembre, sus altares, sus fiestas, los disfraces, mi cumpleaños. Aun era media tarde. Llegamos borrachos a la casa de mi amigo, él ya estaba bastante mal. Al llegar vimos que su hermano mayor estaba cotorreando con unos cuates. Sentí un ambiente bastante extraño, los sucesos son confusos, sólo sé que de repente me preguntó si me gustaba que me dieran por el culo. Los otros chicos se rieron mucho. Yo aun era virgen, tenía quince años. El porno a mí no me había educado así que ni siquiera me percaté de lo típico y ordinario que podía ser su comentario. Sólo sé que me enojé, me enojé muchísimo y tiré de un manotazo todo lo que estaba a mi alcance, recuerdo unas revistas y unos discos colocados sobre una repisa. Vi las cajas quebrarse. Yo odiaba que se rompieran las esquinas de las tapas porque luego los discos ya no podían cerrarse. Salí y me encerré con llave en el cuarto de mi amigo, el seguía bastante mal, me quedé unas horas ahí y estuve ayudándolo a vomitar.
Su hermano mayor era amigo de todos en el pueblo. A mí después de ese episodio siempre me dio asco. Se murió años más tarde ya en una permanente sobredosis alcohólica y con el cuerpo entumecido de solventes.
Recuerdo que una amiga me dijo unos días después que lo había escuchado decir en una fiesta, que él con algunos de sus cuates me habían cogido por turnos, penetrándome por todos lados. Me dijo que no lo creyó, ella era una amiga cercana y sabía que yo ni siquiera era sexualmente activa. Me contó, para que lo supiera, me dijo que todos sabían que eran unos pendejos, que no les hiciera caso y que lo bueno es -que no me había pasado nada-.
Esa no fue la única vez que eso pasó recuerdo perfectamente a otros dos tipos, con los que apenas había cruzado un reglamentario -hola- que dijeron casi exactamente lo mismo. Recuerdo que también escuché que inventaron cosas, justo de esa amiga que me había contado, pero al fin de cuentas eso era lo de menos, en términos reales nada había pasado y esos solo eran discursos de adolescentes tontos.
La virginidad me seguía pesando. Y entonces por fin pasó algo, yo era rolliza y tenía 17 años, él tenía 25, una moto y era bisexual. Me parecía hermoso. Yo quería que ocurriera, lo deseaba. Pero en ese momento fue un –no- rotundo, pensé y oí la voz de mi padre diciéndome que mi mamá era una puta, que no era virgen cuando la conoció, que tuvo un aborto voluntario, diciéndome, bombardeándome... Me sequé, me cerré, luché, y cuando vi que no era un juego dejé de resistir y hasta pensé en qué podía hacer para que terminara todo más rápido. Al día siguiente tenía las piernas llenas de moretones. Por supuesto, eso no tuvo nada que ver con una violación; Claro que siguió ocurriendo, porque el chico me gustaba mucho, porque ya no tenía qué perder. Incluso fui perdiendo el miedo y me solté porque con él estaba aprendiendo mucho.
El cuerpo tiene memoria. Y lo que nos termina de matar es el silencio. Si nuestro nido es un lugar peligroso en el que para sobrevivir hay que naturalizar el miedo, las familias que luego vamos tejiendo, pueden volverse también mecanismos de silenciamiento.
Lo bueno es que yo he sabido poner límites, porque tampoco me ha pasado nada cuando amigos muy cercanos, compas- todos con parejas o novias- , se pasan un poquito de copas y sin que yo haya dado un sólo un indicio, se sienten con el derecho de besarme o de manosearme. Lo bueno es que se parar, y controlarme, y decir de una buena manera –te lo agradezco, pero no- para no terminar con malos rollos.
Si algo me molesta es el victimismo, por eso prefiero decir que a mí tampoco me paso nada.  Y porque socialmente nada es grave –no pasa nada- no te pasa nada, hasta que no apareces violada, y/o bañada en sangre, quemada, cubierta de ácido, dislocada, mutilada, cortada, dañada, hecha pedacitos en unas bolsas o sencillamente, un día ya no apareces.
Lo que pasó, no es nada, pero me ha hecho fuerte. Por eso camino de noche con las manos empuñadas. En una el gas pimienta, abierto, listo. En la otra, las llaves de casa y del coche, con las puntas de las llaves colocadas hacia arriba, puestas en medio de los nudillos. Ayuda también poner cara de perra, de perra loca, perra rabiosa, perra en celo, defendiéndose. Camino y pienso: si se me acerca lo tumbo, -si se me acerca lo tumbo-. Nunca en la calle he sufrido un ataque sexual. Soy afortunada. Camino alerta, soy pequeña pero ya no me siento débil. Camino con seguridad y hasta con rabia, ya he transitado del perfil de víctima.
Los cuerpos tienen memoria; por eso ahora me cuesta abrirme, por eso a la rabia la precede la culpa. Por eso ahora me toca barrer toda presencia de personas que me hubiera gustado que se quedaran, porque me digo en voz alta que sólo saco la basura, cuando en realidad la basura también está aquí adentro, ha manchado las paredes, y a veces me pregunto si me equivoco, a veces todo es confuso, y surge niebla, miedo, asco y patrones de transferencia. Y todo resulta aún más inquietante cuando por lo bajo pienso (no sea que alguien escuche siquiera el sonido de ese pensamiento): como me gustaría que te quedaras.
Por eso digo de nuevo que no me pasó nada, porque me niego a ser otra vez la víctima y porque no me gusta saberme en desventaja. Focalizo la parálisis en la indefensión programada.
Los cuerpos que históricamente se han dibujado indefensos son los de las mujeres. En el imaginario social los niños no tienen “sexo”, son seres neutros, y por lo tanto seres indefensos por igual. Pero desde la adolescencia son sólo los cuerpos de las mujeres y los cuerpos de hombres “feminizados”, sólo aquellos que por sus características físicas se parezcan más a un cuerpo “femenino”, los que serán objetos, “cosas” con las que se puede jugar siendo más o menos violentos. Son los cuerpos sobre los que puedes ejercer dominio en escalas múltiples, variadas, porque a fin de cuentas sólo somos nosotras las que vivimos con miedo pero –no pasa nada-, vivimos para contarla. Somos nosotras las que aparecemos muertas, si es que aparecemos y somos nosotras las que desaparecen, así, sin que siga pasando nada.

El gato

La Coordinación de Juventudes Laicas tuvo a bien presentar un programa de citas ante la creciente dificultad de sociabilidad humana y ...