lunes, 27 de noviembre de 2017

Me arde la nariz




Me arde la nariz, tengo las manos y los pies sumamente fríos. Me acurruco en la cama, temblor y castañeo de dientes, pero no me acerco a ti, porque tú estás pálido, hermoso, lejano y gélido como una estatua, porque te derrites, y te desapareces, y te extingues de mi carne. Cierro los ojos, recuerdo la misma sensación exactamente hace 8 años ¿o tal vez 9? la sensación que me deja la coca: felicidad pura y goteante. Felicidad en los labios, en la nariz, en los ojos. Frío en el cuerpo y vacío en el pecho.
Entonces dije que no volvería a hacerlo, pero es que la bandita buena vibra, rola, rolan las rayas, una, dos, tres, cuatro o ¿cinco? cuantas rayitas  esnifé  anoche, y ese exquisito cigarrillo de mariguana con coca que me acarició los labios.
Dijiste que nada de lo que te gustaba realmente iba a gustarme. Preguntaste ¿quieres sexo? y dije si, y hablamos sobre lo poco ético que resultaría hacerlo, me pregunté si realmente parecía tan desesperada como si hubiera tenido un cartel colgado sobre el pecho o escrito sobre mi frente diciendo ¡de verdad, en serio, que te necesito!
Te besé,  tenías los labios secos, los labios partidos por todo el mezcal que nos tomamos  esa noche, te besé y me gustó, y me arrepentí y me excitó, y me sentí culpable, y pensé ¡que puta me vuelve la desesperación! quise disculparme porque aun sentía que no podía gustarte, como si fuera tu maestra del colegio y tú aceptaras hacerlo por compromiso.
Pero yo no era tu maestra del colegio y tú seguías mandando mensajes por las noches, luces intermitentes en la pantalla del teléfono hasta las dos de la mañana, donde seguías lanzándome indirectas y seguías deslizando tus dedos por mi espalda, trazando figuras sobre mi piel, esas pocas veces que estábamos a solas.
 Esa noche te hable de frustración, te conté que me había masturbado pensando en ti, esa misma tarde.  Lo peor es que era cierto, pensé en la culpa, pensé que estaba en tu propia casa, rodeada de todas las cosas de ella. Los cosméticos de ella rondaban por todas partes, pensé en qué clase de persona me convertía eso, pensé en que me había vuelto mala, pensé y pensé mientras la lengua seca se me atoraba en la garganta y te dije que nos ducharamos y me dijiste tímidamente que no sabías si podríamos acoplarnos a la diferencia de alturas. Me carcajeé un buen rato y esperamos media hora para poder bañarnos, media hora de besos secos, de besos húmedos, media hora de besos rasposos de madrugada alcohólica.
Te vi desnudo, eras blanco y lechoso como una pastilla de jabón de coco. Te abracé, y apenas me tocaste, parecía que tenías miedo de hacerlo, como si yo fuera una figura de cera, me tocabas despacio y apenas, te acercaste a mí por detrás sin ejercer presión en mi cadera, y gemí, y te observé bajo el agua y me parecías mucho más niño de lo que en realidad eras, me sentía mucho mayor que tú, no ambos de 25, sino como si yo tuviera 40 años, y además, fuera gorda y de carne flácida, me sentía dando instrucciones a un crío para que supiera como botar su vida a la mierda.
 Te vi desnudo bajo esa regadera lluvia, que se disparaba hacia todas direcciones. Vi los dedos de tus pies, tus dedos pequeños y redondos, y vi que eras  moreno y rubio, una mezcla extraña de piel lechosa y blanca con un pene oscuro, te lamí un poco para olerte, para probarte y luego me saque de onda por ese gesto excesivo de confianza, y te abracé, y no sé ni porqué te dije: que rico contacto humano, y luego te pedí ir a la cama. Temblaba, temblaba mucho, me coloqué a horcajadas sobre ti,  te sentí duro y gemí, y tu dijiste que me ponía muy cachonda, “como muy caliente”, yo te respondí “sólo baja las piernas x fis” para poder correrme, cosa que no hice,  preguntaste si podías correrte dentro de mí, empujabas lento y me tocabas despacio como si fuera a romperme,  tal vez tú sabías que yo ya estaba rota.
Me gusta esnifar coca porque la cocaína es felicidad sólida, rayitas blancas cosquilleando tu nariz diciéndote ¡hola!, sacudiéndote, entrándote, viajándote, sonriéndote, llevándote, asentando en tu puta cabeza loca.
Cabeza loca, cabeza loca, sueño en el que camino desnuda y estoy sola,  estoy vacía, hueca y busco a mi padre.
Hace unos días olvidé qué edad tenía, me preguntaron unos chicos en una fiesta y les dije que tenía 27, no lo recordaba, no porqué estuviera borracha, simplemente no encontraba un número que representara, al menos de manera simbólica la sensación que tenía para conmigo, la decadencia, la vejez prematura, el desgaste de la piel, de los huesos, de los sueños, tengo 25 y les dije 27, repetidamente, porque sentía que eran unos niños, porque sabía que no podían entender nada de lo que les dijera, porque sabían que yo sólo era una cáscara triste.
Esa noche no recordaba mi edad y apenas sabía dónde tenía puestos los pies, pero a ti, si te recordaba, tus labios suaves y abultados, tu cuerpo de nata, la ropa negra, gastada, recordaba mi rabia, tú rabia, la rabia, y  también lo que pasó después de ir a la ducha, después de bañarme contigo, después de ver tu piel, tus dedos, luego de haberte contado que me sentía como Madame Bovary, luego, luego de enamorarme de ti, aunque tuvieras novia.




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