La bombilla del cuarto era de tono
ultravioleta, di una calada, dos, y varias más, quizá doce, tal vez quince. El
cigarro se terminó y aún no pasaba nada, se suponía que el viaje sería
contundente, corto y de efecto rápido. No pasó nada. Así que él fue por la pipa
de cristal, era grande, dentro tenía mezclado dimetriltriptamina de escamas de
sapo y de corteza de tepescohuite.
Entonces la bombilla comenzó a moverse y el
cuarto comenzó a temblar, los cuadros se movieron ligeramente y todo vibró como
si fuera a deshacerse. La luz me atrajo, ni siquiera pensé en Ernesto Sábato y
su referencia a que somos insectos atraídos como polillas por las maravillosas
luces del televisor, maravillosas luces de
anuncios, de párpados y lentejuelas.
Ni siquiera pensé, la luz me atrajo. A la
primera aspiración algo me quemó profundo en los pulmones, por unos momentos
sentí angustia, me quemaba, ardía y no me dejaba respirar. La combustión y el
humo me producían dolor, pero fue imposible frenar. Entonces cerré los ojos.
Vi fractales, vi un universo geométrico,
perfecto, en movimiento, vi cuadros, vi rombos y estrellas que se disolvían.
Principalmente había color azul, amarillo y fucsia. Vi flamingos y sillas de
playa, vi carreteras, vi personas que desaparecían como líneas de luz dentro de
una fotocopiadora, y ahí pensé o
escuché: -esto es la muerte cuando no amas-, presencié muertes lejanas y
anónimas. Vi una esquina y un autobús, pasé dos veces por el mismo sitio, pero
seguí.
Seguí a la serpiente de azúcar, su piel era
perlada, tenía gotas y destellos, brillaban en su lomo, era brillo, no humedad.
Yo sé que sabía dulce. La seguí por una carretera sinuosa y luego la perdí, sin
saber porque tomé impulso y entonces todo empezó a ir más rápido.
Abrí los ojos, al lado estaba él. Quise
tocarlo y me hizo a un lado con un movimiento brusco, estábamos recostados en
una esterilla, hacía mucho calor, sudábamos, estaba vuelta boca arriba y ni mi
escasa ropa, un bralette y bóxer blanco, me salvaban de la humedad pegajosa y del sopor del
cuarto.
Dimos una calada más y vino el viaje más
oscuro, vi caras gigantes, putrefactas, sin querer me acercaba a ellas y casi
podía rozarlas. No había colores, sólo un fondo negro, la negrura subyacía,
pegadiza como el calor, pero a pesar de todo no me invadía, la negrura no
entraba en mí, solamente me rodeaba. De pronto escuché: -es normal, la
putrefacción es sólo parte de un proceso-.
Luego lo vi a él, salimos juntos unas cuantas
veces pero fue un sujeto bastante intrascendente en mi vida. Tuvimos sexo unas
tres veces, aunque en una ocasión sucedió algo muy incómodo: recuerdo que
estaba a punto de penetrarme, yo le había repetido un par de veces que se
colocara el preservativo, recuerdo que tuve que tomar impulso y empujarlo con
todas mis fuerzas, y le dije: o te pones el condón o no cogemos, -tranquila
mami, era solo la puntita, no pasa nada-. Y ahora de la nada se me apareció en
el viaje, de su cabeza y su cuello salía un aura negra, parecían plumas
revoloteando. Escuché claramente: -¡Cuidado! El problema no es él sino cuántas
personas así has cultivado en tu vida-.
La peor sensación aún estaba por venir, de
repente apareció una sombra, era rápida, se deslizaba, pasó detrás de mí y
sentí que me había rozado por detrás. Me revolví, pensé que en realidad podía
estar ocurriendo, entonces recordé una sensación parecida, una memoria de
abuso. Me cerré sobre mí misma como una flor, mi útero se cerró. Y la voz dijo:
-eso es miedo, ahora sabes exactamente cómo se siente. Sólo no vuelvas a
sentirlo-.
Abrí los ojos, ahora estábamos en el sillón,
sentía la cabeza embotada pero sobre todo lo atribuí al calor, a pesar de que
había sido un viaje de muerte, no sentí temor, sólo estaba cerrada sobre mí
misma y en esa condición me sentía a salvo. Dimos una última calada.
Lo primero que vi fue mi mano, dibujaba
canchas, pelotas, bicicletas, carreteras, largas autopistas, postes de
electricidad, cableado, redes, mallas, una ciudad se me escurría de la mano. Pensé en
comics y en películas animadas, en fotogramas, era parecido pero distinto
porque para mí los trazos eran hilos de colores, eran hilos de luz. Los trazos
surgían con una rapidez y una naturalidad asombrosa, y de repente, me vi a mí. Ahí
estaba yo, surgiendo exactamente de mi mano, dibujé mi cabello, mi espalda,
dibujé mis pies y mi rostro, me dibujé los pechos, los lunares, el torso. Fue
hermoso. Sentí los ojos húmedos. Era un regalo demasiado grande, no lo
esperaba. Yo, que he vivido durante años una feroz guerra contra el tamaño de
mis muslos, la longitud de mis piernas, la textura de mi vulva, el color de mis
pezones. Me dibujé exactamente igual y fue un regalo saber que me había
elegido, que ahora apostaba por mí, y que partía de la identificación y del
reconocimiento porque mi alma se encontraba cómoda en este cuerpo, un cuerpo
sano, y a fin de cuentas bello, maravillosamente capaz, hermosamente
imperfecto.
Abrí los ojos, y le dije a su amigo que había
visto una serpiente de azúcar, ese era el recuerdo más nítido y el más
impresionante, la fastuosidad de la serpiente que destellaba, blanda y en
movimiento, como si se tratara de un mazapán escarchado. Me dijo: bienvenida a
ti misma, lo que viste eres tú, y eres dulce.
Entonces no recordé esa canción de Portished it could be sweet.
Luego dormí, mi cerebro se desconectó rápido,
sentí sus manos suaves acariciando mis nalgas, mis pechos, creo que él no sabía
que era imposible tenerme, porque yo me había cerrado sobre mí misma, le pedí
que me abrazara y nos volvimos a dormir.
Fue demasiado, demasiados regalos, demasiados
colores, demasiada rapidez, demasiado amor, demasiado viaje de amor. Yo quería
probar DMT esa noche porque todos decían que era una experiencia cercana a la
muerte, creo que yo quería encontrarte. Fui buscándote y me tropecé conmigo. Como
siempre, aunque físicamente ya no estás, una vez más me ayudaste a encontrarme,
sólo sé que en ese momento era demasiado, demasiado, sus manos, demasiado, la última
noche que dormí a su lado. Demasiado, perderlo. Demasiado, encontrarme.Demasiada experiencia, demasiado. Abuelo, por eso quise contártelo.