lunes, 15 de julio de 2019

La chica que siguió a la serpiente


 
La bombilla del cuarto era de tono ultravioleta, di una calada, dos, y varias más, quizá doce, tal vez quince. El cigarro se terminó y aún no pasaba nada, se suponía que el viaje sería contundente, corto y de efecto rápido. No pasó nada. Así que él fue por la pipa de cristal, era grande, dentro tenía mezclado dimetriltriptamina de escamas de sapo y de corteza de tepescohuite.
Entonces la bombilla comenzó a moverse y el cuarto comenzó a temblar, los cuadros se movieron ligeramente y todo vibró como si fuera a deshacerse. La luz me atrajo, ni siquiera pensé en Ernesto Sábato y su referencia a que somos insectos atraídos como polillas por las maravillosas luces del televisor, maravillosas luces de  anuncios, de párpados y lentejuelas.
Ni siquiera pensé, la luz me atrajo. A la primera aspiración algo me quemó profundo en los pulmones, por unos momentos sentí angustia, me quemaba, ardía y no me dejaba respirar. La combustión y el humo me producían dolor, pero fue imposible frenar. Entonces cerré los ojos.
Vi fractales, vi un universo geométrico, perfecto, en movimiento, vi cuadros, vi rombos y estrellas que se disolvían. Principalmente había color azul, amarillo y fucsia. Vi flamingos y sillas de playa, vi carreteras, vi personas que desaparecían como líneas de luz dentro de una fotocopiadora,  y ahí pensé o escuché: -esto es la muerte cuando no amas-, presencié muertes lejanas y anónimas. Vi una esquina y un autobús, pasé dos veces por el mismo sitio, pero seguí.
Seguí a la serpiente de azúcar, su piel era perlada, tenía gotas y destellos, brillaban en su lomo, era brillo, no humedad. Yo sé que sabía dulce. La seguí por una carretera sinuosa y luego la perdí, sin saber porque tomé impulso y entonces todo empezó a ir más rápido.
Abrí los ojos, al lado estaba él. Quise tocarlo y me hizo a un lado con un movimiento brusco, estábamos recostados en una esterilla, hacía mucho calor, sudábamos, estaba vuelta boca arriba y ni mi escasa ropa, un bralette y bóxer blanco, me salvaban  de la humedad pegajosa y del sopor del cuarto.
Dimos una calada más y vino el viaje más oscuro, vi caras gigantes, putrefactas, sin querer me acercaba a ellas y casi podía rozarlas. No había colores, sólo un fondo negro, la negrura subyacía, pegadiza como el calor, pero a pesar de todo no me invadía, la negrura no entraba en mí, solamente me rodeaba. De pronto escuché: -es normal, la putrefacción es sólo parte de un proceso-.
Luego lo vi a él, salimos juntos unas cuantas veces pero fue un sujeto bastante intrascendente en mi vida. Tuvimos sexo unas tres veces, aunque en una ocasión sucedió algo muy incómodo: recuerdo que estaba a punto de penetrarme, yo le había repetido un par de veces que se colocara el preservativo, recuerdo que tuve que tomar impulso y empujarlo con todas mis fuerzas, y le dije: o te pones el condón o no cogemos, -tranquila mami, era solo la puntita, no pasa nada-. Y ahora de la nada se me apareció en el viaje, de su cabeza y su cuello salía un aura negra, parecían plumas revoloteando. Escuché claramente: -¡Cuidado! El problema no es él sino cuántas personas así has cultivado en tu vida-.
La peor sensación aún estaba por venir, de repente apareció una sombra, era rápida, se deslizaba, pasó detrás de mí y sentí que me había rozado por detrás. Me revolví, pensé que en realidad podía estar ocurriendo, entonces recordé una sensación parecida, una memoria de abuso. Me cerré sobre mí misma como una flor, mi útero se cerró. Y la voz dijo: -eso es miedo, ahora sabes exactamente cómo se siente. Sólo no vuelvas a sentirlo-.
Abrí los ojos, ahora estábamos en el sillón, sentía la cabeza embotada pero sobre todo lo atribuí al calor, a pesar de que había sido un viaje de muerte, no sentí temor, sólo estaba cerrada sobre mí misma y en esa condición me sentía a salvo. Dimos una última calada.
Lo primero que vi fue mi mano, dibujaba canchas, pelotas, bicicletas, carreteras, largas autopistas, postes de electricidad,  cableado, redes, mallas,  una ciudad se me escurría de la mano. Pensé en comics y en películas animadas, en fotogramas, era parecido pero distinto porque para mí los trazos eran hilos de colores, eran hilos de luz. Los trazos surgían con una rapidez y una naturalidad asombrosa, y de repente, me vi a mí. Ahí estaba yo, surgiendo exactamente de mi mano, dibujé mi cabello, mi espalda, dibujé mis pies y mi rostro, me dibujé los pechos, los lunares, el torso. Fue hermoso. Sentí los ojos húmedos. Era un regalo demasiado grande, no lo esperaba. Yo, que he vivido durante años una feroz guerra contra el tamaño de mis muslos, la longitud de mis piernas, la textura de mi vulva, el color de mis pezones. Me dibujé exactamente igual y fue un regalo saber que me había elegido, que ahora apostaba por mí, y que partía de la identificación y del reconocimiento porque mi alma se encontraba cómoda en este cuerpo, un cuerpo sano, y a fin de cuentas bello,  maravillosamente capaz, hermosamente imperfecto.
Abrí los ojos, y le dije a su amigo que había visto una serpiente de azúcar, ese era el recuerdo más nítido y el más impresionante, la fastuosidad de la serpiente que destellaba, blanda y en movimiento, como si se tratara de un mazapán escarchado. Me dijo: bienvenida a ti misma, lo que viste eres tú, y eres dulce.
Entonces no recordé esa canción de Portished it could be sweet.
Luego dormí, mi cerebro se desconectó rápido, sentí sus manos suaves acariciando mis nalgas, mis pechos, creo que él no sabía que era imposible tenerme, porque yo me había cerrado sobre mí misma, le pedí que me abrazara y nos volvimos a dormir.
Fue demasiado, demasiados regalos, demasiados colores, demasiada rapidez, demasiado amor, demasiado viaje de amor. Yo quería probar DMT esa noche porque todos decían que era una experiencia cercana a la muerte, creo que yo quería encontrarte. Fui buscándote y me tropecé conmigo. Como siempre, aunque físicamente ya no estás, una vez más me ayudaste a encontrarme, sólo sé que en ese momento era demasiado, demasiado, sus manos, demasiado, la última noche que dormí a su lado. Demasiado, perderlo. Demasiado, encontrarme.Demasiada experiencia, demasiado. Abuelo, por eso quise contártelo.


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